Comprar y vestir ropa con conciencia

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Roba a los vertederos del desierto de Atacama

Cada año se recogen en Catalunya 166.000 toneladas de ropa. La mayoría se tira a los contenedores de resto y los residuos textiles acaban incinerados o en el vertedero. Solo el 10,6% de los tejidos se recoge en contenedores separados y, por lo tanto, hay alguna oportunidad de que acaben reciclados o reutilizados. Pero el negocio de la ropa no para de crecer. Entre el año 2000 y el 2015 la venta de indumentaria se ha duplicado a escala planetaria, en un crecimiento muy por encima del PIB global. Y a la vez la ropa que adquirimos cada vez nos la ponemos menos: un informe de la Fundación Ellen McArthur indica que ahora, cuando tiramos una pieza, la hemos llevado un 36% menos que en 2000. Es más, casi un 40% de la ropa que tenemos los catalanes en el armario no nos la hemos puesto ni una vez durante el último año, según la Agencia de Residuos de Catalunya.

Las cifras son claras: compramos mucha más ropa de la que nos ponemos y, cuando nos deshacemos de ella, no lo hacemos de forma que se pueda reciclar o volver a aprovechar. Así, no es extraño ver las imágenes de vertederos inmensos con montañas de ropa inservible como las del desierto de Atacama, en Chile, que hacen evidentes las consecuencias ambientales de todo este círculo vicioso. Algunas iniciativas, como la cooperativa Moda Re-, vinculada a Cáritas, intentan gestionar el problema ambiental encontrando salida a tantas toneladas de ropa como pueden mientras despliegan un proyecto social que atiende y da trabajo a personas en riesgo de exclusión. A su vez, la ley estatal de residuos ya prevé que a finales del 2024 sea obligatoria la recogida separada de los residuos textiles. Pero de momento el problema continúa encima la mesa de todos, aunque hagamos ver que no lo vemos.

La ropa no es solo para taparse cuando hace frío; va mucho más allá, tiene implicaciones culturales y sociales, permite expresar la propia personalidad y transmitir mensajes de rebeldía, de poder, de gregarismo, de originalidad... y varía en función de las modas y los gustos de cada cual. La gran variedad de tipo de ropa y de calidades a las que tenemos acceso en buena parte del mundo en el siglo XXI es un adelanto, sí, pero quizás nos hemos pasado. Comprar ropa que no llevaremos y acabar tirándola nueva o casi nueva al contenedor de basura solo ayuda a perpetuar un sistema basado en devorar recursos.

Las administraciones tienen un papel para frenarlo –y parece que han empezado a asumirlo–, y las grandes marcas de fast fashion tienen la responsabilidad principal, pero los ciudadanos también podemos influir. Podemos elegir dónde y qué compramos, escoger tejidos y piezas que durarán con la intención de usarlas de verdad, y tirarlas donde se puedan reaprovechar cuando llegue el momento de deshacernos de ellas. También tenemos la opción de comprar ropa usada, que a menudo puede ser nueva o casi nueva, o estar en muy buenas condiciones y a un precio asequible.

A todo el mundo le gusta estrenar, y para algunos la compra de zapatos y prendas de vestir es un entretenimiento en sí mismo, pero como todo también se puede practicar con conciencia de las consecuencias de los propios actos.

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