Después de las elecciones al Parlament catalán, he detectado a mi alrededor muchas reacciones de decepción y de desaliento ante los resultados y de las declaraciones de los líderes políticos. Confieso que yo también comparto la decepción, puesto que tenía la esperanza de ver cambios; pero no acepto dejarme llevar por el desaliento. Es por eso que me gustaría hacer un análisis y algunas reflexiones sobre lo que nos está pasando y, con mucha más modestia, proponer ideas sobre lo que creo que hay que hacer.
1. El escenario reciente. Es para mí evidente que durante la última década la política nos ha ido llevando hacia una situación que podemos calificar de complicada y de muy poco alentadora. Destaco algunos de sus rasgos fundamentales.
La voluntad catalana, que comprendo y que en parte comparto, de cambiar la actual relación entre Catalunya y el Estado ha llevado a los gobiernos de un lado y de otro a perseguir dos objetivos muy poco realistas, y a querer utilizar para conseguirlos dos estrategias muy equivocadas. Los dos objetivos los podríamos bautizar como independentismo muy utópico y como unionismo profundamente emocional. Y las estrategias como el unilateralismo impotente y como la represión irracional. No se ha querido entender que ninguno de los dos objetivos son razonables en este siglo XXI, en plena globalización y en pleno proceso de construcción de la Unión Europea; y que ninguna de las dos estrategias escogidas es aceptable ni eficaz en un marco en el que el diálogo y la negociación son la herramienta más corriente, guerras aparte, para solucionar las confrontaciones políticas.
Estos cuatro errores, dos por cada lado, han ido endureciendo el enfrentamiento y contribuyendo a crear un ambiente político en el que los debates ideológicos y emocionales han pasado por encima del tratamiento sistemático de los importantes problemas diarios de los ciudadanos. Crece la impresión de que la actividad política, que tendría que servir para ayudar a solucionar dificultades reales de tipo personal, ha dejado de hacerlo y ha pasado en cambio a ser creadora de problemas, de confrontaciones y de nuevas divisiones entre ciudadanos.
Esta dinámica, junto con las crisis que hemos vivido, ha supuesto por todas partes un incremento de la desafección ciudadana hacia la actividad política, una intensificación de la polarización económica y social y una radicalización de los extremos con el crecimiento de nuevos grupos radicales contrarios al sistema, tanto a la derecha como a la izquierda.
En el caso catalán se ha producido una simplificación de la composición ideológica de la ciudadanía, que ha quedado separada en dos grupos antagónicos de dimensiones muy parecidas: independentistas y unionistas. La realidad es mucho más plural. Hay independentistas radicales, independentistas negociadores, catalanistas, españolistas negociadores y unionistas radicales. Tanto un gobierno como el otro tendrían que tener esto mucho más en cuenta en sus actuaciones.
2. El bloqueo y la decepción. Ante esta situación, que se puede calificar de bloqueo político, existía la esperanza que las últimas elecciones, tanto en el Estado como en Catalunya, pudieran suponer sacudidas que trajeran a una nueva dinámica. La constitución de un nuevo gobierno en Madrid mejoró las cosas momentáneamente pero no en el grado suficiente. Y los resultados del domingo en Catalunya no parece que permitan hablar de un cambio importante. Es cierto que no es lo mismo un voto independentista del 48% que un voto del 51%; pero con esta pequeña diferencia, y teniendo en cuenta el nivel de participación en cada caso, de la más alta y la más baja, no se puede hablar de una nueva situación. Tampoco es lo mismo un PSC arrinconado que un PSC triunfador, pero probablemente tampoco tendrá opción de formar gobierno. Teniendo en cuenta esto y viendo las dificultades de la relación ERC-Junts-CUP, uno se inclina a pensar que seguimos allá donde estábamos. De aquí la fuerte decepción.
3. De cara al futuro. Querría introducir algunos elementos de esperanza que eviten el desaliento. Un nuevo gobierno catalán se tiene que fijar dos objetivos inmediatos: retomar nuevamente una actuación política eficaz de cara a los problemas reales, pasando por encima de los debates ideológicos y emocionales; y, conservando sus objetivos de cambio, encontrar caminos de diálogo para desbloquear la situación de confrontación con España.
Estoy convencido de que es mucho mejor tener en Madrid a un gobierno de Sánchez e Iglesias que un gobierno de Rajoy. También creo que puede ser mucho más útil un posible gobierno de Aragonés, con algún tipo de complicidad con el PSC y comunes, que no los gobiernos de Puigdemont o Torra. Creo que conviene seguir manteniendo el apoyo al actual gobierno de Madrid y a la vez hacer posible un mejor entendimiento en Catalunya, reduciendo la actual división social e incorporando deseos y esperanzas de una parte importante de los ciudadanos que han quedado excluidos y que se han sentido olvidados por los últimos gobiernos. Por eso es importante pensar bien las propuestas a partir de las cuales se puede constituir un nuevo gobierno.
Creo que es urgente demostrar la voluntad de entrar en una nueva etapa que lleve al inicio de un proceso de diálogo. Sería de un gran significado simbólico pedir y obtener de Madrid una amnistía para los presos y exiliados ofreciendo a cambio, por parte catalana, una renuncia a una declaración unilateral de independencia, y previendo la necesidad de un referéndum sobre una nueva relación pactada en una negociación entre gobiernos. ¿Será posible?
Joan Majó es ingeniero y ex ministro