La extrema derecha o el relato antisistema

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Miguel Bernad presentó ayer la querella ante Jordi Pujol en el juzgado 31 de Barcelona.

El protagonismo adquirido por el sindicato ultra Manos Limpias en el caso de la investigación en Begoña Gómez, esposa de Pedro Sánchez, nos sitúa de nuevo ante un problema que en realidad trasciende nuestras fronteras. El auge de la extrema derecha en toda Europa y en el mundo se está convirtiendo en el problema más importante para la democracia y para la igualdad de derechos. La extrema derecha se caracteriza por varios elementos, no por uno solo. Primero, por un nacionalismo extremo. También por las pulsiones autoritarias e incluso dictatoriales. Y además por el carácter reaccionario de su ideología en todos los ámbitos de la vida. La podríamos tachar de conservadora, y sin duda lo es. Pero va más allá: rechaza los cambios y tiene la voluntad de revertirlos, sean en el ámbito de la religión, los derechos individuales, los derechos colectivos, los derechos políticos, etc. La extrema derecha lo envuelve todo en un bulto que aspira a seducir a los posibles perdedores de los cambios actuales oa los que creen que pueden ser perdedores como consecuencia de futuros cambios.

Estas dinámicas se han producido repetidamente a lo largo de la historia contemporánea. La eclosión de la extrema derecha ya se vivió intensamente justo después de la Primera Guerra Mundial y se conoció como fascismo y con otros muchos nombres, como el más tristemente famoso: nazismo. El falangismo español fue un ejemplo típico. Los años de entreguerras están llenos de procesos de ascenso y triunfo de partidos y movimientos de extrema derecha todos caracterizados por el miedo a la revolución social, a los nuevos partidos comunistas, al auge del anticlericalismo, al empoderamiento político de las masas mediante el sufragio universal, en el derrumbe de regímenes autoritarios precedentes que protegían elstatu quo, al odio al diferente, etc. Es una combinación explosiva de sentimientos de miedo, de reacción a pérdidas reales o temidas y de cierre de filas en torno a valores nacionalistas, étnicos y extremadamente conservadores. Alcanzó sus bases militantes tanto en el espacio de la derecha tradicional como en el de las antiguas izquierdas. Fascismo y nazismo tenían orígenes o terminología que competían con el socialismo. En todos los casos trataron de arrastrar a sus países a guerras de expansión colonial o de expansión territorial sobre sus vecinos. El militarismo se convirtió en consustancial a los regímenes de extrema derecha y el revanchismo los acabó llevando a buscar una Segunda Guerra Mundial.

Afortunadamente, después de 1945 la Europa occidental gozó de años de expansión económica que permitieron difundir el bienestar económico y social y una larga temporada de paz en un contexto democrático. No fue el caso de las dictaduras, claro. La mayor tolerancia y confianza en el futuro fueron disolviendo las extremas derechas, pero la larga crisis económica de los años setenta y ochenta abrió el camino a políticas de derecha radical que legitimaron algunos elementos del ideario de la extrema derecha y que disolvieron importantes elementos de cohesión social preexistentes.

Pensábamos que la recuperada bonanza de finales del siglo XX y de principios del siglo XXI devolvería la moderación y la tolerancia a la vida política y social, pero la sucesión de crisis desde 2007 (financiera, de la deuda soberana y de la vida , por no mencionar el cambio tecnológico acelerado y los efectos sobre el empleo y el ingreso de una globalización imparable), han vuelto a facilitar un espacio para el relato de extrema derecha. Los electorados que eran comunistas pasaron a votar a partidos nacionalistas de extrema derecha porque prometían defender los puestos de trabajo que se perdían. Los de derechas se desplazaban hacia la derecha extrema, insatisfechos e impacientes con la moderación de la derecha tradicional. Los socialdemócratas o laboristas perdían peso electoral y desaparecían por la emergencia de nuevas clases profesionales con nuevas preferencias ideológicas y políticas como la defensa de los derechos individuales, la protección del medio ambiente o la propia globalización. Poco a poco han desaparecido fuerzas que defiendan cambios con progreso y garantías. La reacción de rechazo al cambio se vuelve más popular, entre mayores y jóvenes.

No hemos salido de las crisis mejores ni más solidarios, sino más pobres, más desiguales y más asustados. Son las condiciones para el crecimiento de la extrema derecha, con su simbiosis típica de ricos y pobres unidos por ideales identitarios y de conservación de privilegios, para unos y de seguridades para muchos. Las redes sociales, con su incomunicación entre distintas, lo empeoran todo.

Más vale que no nos engañemos. Éste es un problema real y muy grande y no sirve de nada menospreciarlo o ignorarlo. En parte, es el péndulo de la historia que se mueve hacia zonas de peligro y de inconsciencia colectiva. Pero es necesario estudiar con profundidad los resortes que activan la extrema derecha y no limitarse a demonizarla. Esto puede incluso crear curiosidad y simpatía al hacerla parecer un voto antisistema. Urge prestar más atención a cómo desmontar los cimientos que propician y hacen posible su existencia y su crecimiento, que en muchos países parece ya imparable.

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