El futuro distópico y el miedo paralizante

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Franklin Delano Roosevelt (1882-1945), alrededor de 1920.

“El mundo no lo logra”, tituló uno de sus últimos libros Tony Judt. Estábamos en el año 2010 y vivíamos bajo el impacto de la crisis financiera de 2008, que había pulverizado la creencia de que, tras el supuesto “fin de la historia”, vivíamos en el mejor de los mundos posibles. No, algo no iba bien en un mundo “donde la riqueza se acumula y decaen los hombres”, por citar el poema del siglo XVIII de donde el historiador británico afincado en Nueva York sacaba el título original de su libro. Para Judt, en efecto, había algo profundamente erróneo en la forma en que vivimos.

Quince años después, nadie parece haber desmentido la afirmación de Tony Judt. La sensación de que el mundo no va bien es, es necesario pensar, absolutamente predominante. La idea de progreso ha sido abandonada como una antigualla del siglo XIX, y hemos asumido como verdades incuestionables afirmaciones como “la generación de nuestros hijos será la primera que vivirá peor que la de sus padres”. Las generaciones más jóvenes parecen condenadas a la precariedad laboral ya no poder acceder a una vivienda digna, hasta el punto de que algunos optan por no tener hijos: no quieren legarles este mundo. La literatura catalana reciente está llena de libros oscuros, escritos por autores que están sin embargo en el punto dulce de su juventud, y los estantes dedicados a la distopía de bibliotecas y librerías no paran de crecer. Alimentada por la “angustia climática”, un trastorno que ya empieza a ser tratado en algunas consultas psicológicas, la consigna “No future” parece haberse impuesto.

Y es que, parafraseando la célebre frase que cierra la película Blade runner (1982), colectivamente "hemos visto cosas que nunca nos habríamos creído de la vida". Hemos visto, en efecto, el retorno de aquella antigua figura del demagogo, como Donald Trump (y todos sus émulos), que gana elecciones no a pesar de sus mentiras, de la exhibición de su ignorancia o de la su moral de gángster, sino precisamente gracias a todas estas cualidades, apreciadas por una cohorte de votantes que, más que en sus intereses, piensan sobre todo “¡que los bombin!” Pero atención, que los modernos demagogos también pierden las elecciones: en buena parte gracias a la movilización de las mujeres, que ya no quieren vivir en un mundo en el que se les nieguen conquistas sociales como el derecho al aborto, como hemos visto hace poco en Polonia.

Para colmo, la irrupción de la IA no ha hecho más que acentuar el miedo hacia las nuevas tecnologías, que no sólo nos tomarán el trabajo, sino que se apoderarán de las nuestras vidas y de nuestras voluntades, y pasaremos a ser dominados por máquinas. En una frase propia de un charlatán, el ensayista Yuval Noah Harari afirma que "en el futuro las personas no serán necesarias". Y aunque dice cosas como ésta, seguro que seguirán invitándole al Foro Económico de Davos, donde lo que no quieren oír es lo que predecía en 1930 John Maynard Keynes en un breve ensayo titulado Las posibilidades económicas de nuestros nietos, donde afirmaba que un siglo después –es decir, hoy mismo– la gente trabajaría sólo tres horas al día, 15 horas a la semana, gracias precisamente al progreso tecnológico. ¿Por qué, en lugar de predecir un futuro sin humanos, no empezamos a reclamar ya implementar la semana de cuatro días laborables? Roosevelt, y que la socialdemocracia a la que preconizaba devolver a Tony Judt en su libro murió para siempre, víctima del asalto victorioso emprendido en los años ochenta por Reagan y Thatcher a ambos lados del Atlántico. Cuando son justamente las ideas que implementó el neoliberalismo las que hoy están muertas. En cambio, las ideas de Keynes permitieron la mayor etapa de prosperidad de toda la historia occidental, en el momento en que el crecimiento económico fue de la mano de la redistribución social (los “treinta gloriosos”, tal y como definió el período 1946-1975 un economista francés). Está claro que entonces todavía estaba el fantasma del comunismo. En cualquier caso, no deberíamos olvidar la actitud con la que el demócrata Franklin D. Roosevelt invitó a sus conciudadanos a enfrentar la Gran Depresión que siguió al Crac de 1929, cuando, en su discurso inaugural como presidente de los Estados Unidos, pronunció una de sus afirmaciones más célebres: “De lo único que debemos tener miedo es del miedo mismo”. El miedo paraliza. Y es como nos quieren, paralizados, recreándonos en la catástrofe de un mundo sin futuro. No deberíamos permitírselo.-_BK_COD_

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