El mito de la identidad europea

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Meloni y Von der Leyen en Lampedusa.

Fracaso. Una década entera separa la visita de Ursula von der Leyen a Lampedusa de la que hizo José Manuel Durão Barroso, como presidente de la Comisión Europea, en octubre del 2013. Han pasado 10 años entre el último desembarco de miles de migrantes llegados a la pequeña isla italiana y esa visita de Barroso para rendir homenaje a las más de 300 víctimas de un naufragio que convirtió el aeródromo de Lampedusa en una morgue improvisada. “Una cosa es verlo por televisión y la otra es verlo aquí. Son imágenes que nunca olvidaré”, decía entonces Barroso, mientras fuera de las instalaciones un grupo de personas gritaba “vergüenza” y “asesinos” contra una Europa que sentían que los había abandonado. Von der Leyen, junto a Giorgia Meloni, prometía, este domingo, "una respuesta europea".

Pero la UE sigue siendo una realidad muy lejana vista desde este pequeño pedazo de tierra volcánica entre Sicilia, Malta y Túnez. Es una Europa que lleva una década aferrada a las políticas y el mensaje de la securización como única una respuesta posible. Basta con ver cómo Francia y Alemania han cargado la última semana contra la lentitud italiana en el registro de las personas llegadas. París ha endurecido el control en las fronteras y Berlín ha suspendido la aceptación voluntaria de migrantes de Italia.

El caos que se vive en Lampedusa es consecuencia de un fracaso colectivo, de una concepción equivocada de Europa y de unas políticas que llevan más de una década demostrando que son, como mínimo, insuficientes –por no hablar de la crueldad y desprecio por los derechos de las personas que implican.

Soberanía. "La historia europea está hecha de largas marchas", decía el pensador George Steiner, hecha de migraciones y de exilios como el suyo, de herencias de civilizaciones y de culturas. Pero la UE es una construcción, una comunidad imaginada y edificada a partir de unos intereses y unos principios. La Europa transitable se fortifica y los muros cambian no solo su relación con el resto del mundo, sino también la idea misma que define la identidad europea.

El investigador Hans Kundnani publicaba hace poco un largo artículo en The Guardian explicando cómo mucho de lo que había aprendido de la historia del proyecto europeo “era en realidad un mito –producto de una especie de autoidealización de la UE”–. Según Kundnani, la idea de soberanía, que históricamente los partidarios de la integración europea rechazaban como anacrónica, se ha ido reconvirtiendo en una “soberanía europea” que acaba replicando muchos tics de los estados nación.

Diversidad. La Unión Europea es una construcción a la medida de los estados que la componen. En el libro Eurowhiteness, que acaba de publicar, Kundnani habla de cómo esta Europa de la diversidad se define a partir de un “nosotros” y un “ellos”; a partir de eliminar barreras internas para reforzar las externas.

Esta comunidad imaginada que es la Unión Europea está bajo presión de una realidad que no siempre encaja con las agendas de las capitales o con la construcción de una diversidad que algunas fuerzas políticas viven como una amenaza. El reto de la integración europea ha sido siempre, precisamente, cómo garantizar “la unidad desde la diversidad”. Pero es la institucionalización de esa idea imaginada y construida de Europa la que dificulta que el catalán pueda tener un espacio propio en la oficialidad comunitaria, o la que convierte el uso de la abaya –la túnica tradicional de los países musulmanes– en un campo de batalla política y religiosa en las escuelas francesas, aunque la medida afecte a solo unas 300 chicas en un país con 12 millones de alumnos.

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