El feminismo y el ecologismo son los dos grandes movimientos sociales del siglo XXI, los que están esparciéndose por todo el mundo y movilizando más a las nuevas generaciones. Inicialmente se presentan como movimientos no directamente vinculados a las posiciones políticas clásicas: tanto en el siglo XIX como en el XX la polarización política pasó, fundamentalmente, por la división entre clases sociales, entre burguesía y trabajadores, que determinó la división entre la derecha y la izquierda. Ciertamente hubo conflictos otros tipos, como los basados en enfrentamientos territoriales, religiosos, raciales. Pero casi en todos los casos estos otros enfrentamientos se acabaron alineando también en uno u otro bando, la derecha o la izquierda, y fueron leídos desde este punto de vista.
El feminismo y el ecologismo han tenido tendencia a ser más cercanos a la izquierda que a la derecha; han sido habitualmente los partidos de izquierda los que han aceptado e impulsado algunas de sus reivindicaciones; no sin dificultades y reticencias. En el momento actual, en el que estos movimientos se están extendiendo a grupos más amplios de población, vemos que empiezan a ser utilizados por los partidos que pueden perder o ganar votos en función de una posición favorable o desfavorable. Tanto el feminismo como el ecologismo plantean un conjunto de cambios que suponen modificaciones de fondo en la economía y, por lo tanto, también en la política.
¿Qué pasa, por ejemplo, con el feminismo? A partir de 2018 su éxito y crecimiento son innegables, así como la ganancia de poder: nunca antes se habían podido denunciar los maltratos, las violaciones o los acosos como se está haciendo ahora. Nunca antes tantas mujeres habían ocupado cargos en el mundo público y su voz había sido tan escuchada. No estamos todavía en una sociedad equilibrada desde el punto de vista de los sexos, pero el movimiento avanza, ha conquistado gran parte de la opinión pública, ha empoderado y movilizado sectores mucho más amplios de la sociedad; estos cambios son realidades constatables que se han conseguido con mucho esfuerzo y por las que nos tenemos que felicitar. A la vez, el fortalecimiento del feminismo provoca reacciones muy diversas, que adoptan negaciones y posiciones frontales, como el retorno del machismo; y lo vemos en el caso del trumpismo y de Vox, entre otros. Pero a menudo actúan en forma más sutil, tratando de dividir a las mujeres y hacer estallar el movimiento desde dentro.
Un caso clarísimo es el autodenominado “feminismo árabe”, que nace como una manera de impedir que las mujeres musulmanas salgan de su condición tradicional y puedan decidir sobre sus vidas. Mientras la posición política fue totalmente opuesta a los cambios de vida de las mujeres, la situación estaba clara: el feminismo se presentaba como una ideología para vencer a los países árabes, es decir, como un instrumento político, una manera de debilitar el islam haciendo que las mujeres adoptaran hábitos occidentales. Pero, de repente, la estrategia fue otra: elaborar una ideología alternativa que reafirmaba la sumisión de las mujeres como voluntaria, decir feminismo y crear una división dentro del movimiento, enfrentando a musulmanas y occidentales. Y dejándonos, a las europeas, sin saber cómo actuar cuando las musulmanas reclaman su derecho a los velos y al enclaustramiento. Leéis la Najat El Hachmi, que lo ha vivido personalmente y que tan bien nos lo explica en Siempre han hablado por nosotras.
“Divide y vencerás” es una muy vieja táctica, también utilizada frente al feminismo; desgraciadamente, a las mujeres nos cuesta detectarla y evitarla, vamos todavía demasiado de cara, sin prestar atención a maniobras oscuras. De ahí la enconada defensa de un plural: ya no habría “feminismo”, sino “feminismos”. Un feminismo burgués, uno de mujeres racializadas, uno de musulmanas, otro de personas pertenecientes al movimiento LGTBI, uno de queer , uno de abolicionistas... y así sucesivamente. Y si se consigue que estas diversas maneras de entender el feminismo se enfrenten, todavía mejor. El movimiento estallará y se frenará solo, como es tan frecuente en los movimientos sociales.
La división ha empezado y el intento de varias fracciones de monopolizar el “verdadero” feminismo se está visibilizando incluso en la aparición de grupos que intentan constituirse en alternativas políticas, nuevos partidos o asociaciones feministas vinculadas a partidos. Desde mi punto de vista, una mala opción, al menos hoy por hoy, cuando queda tanto para conseguir la igualdad para todas y para que se reconozca lo que hemos aportado a la cultura y a la sociedad desde el género femenino. En este 8 de marzo, en el que al parecer muchas manifestaciones no serán unitarias, hay que repensar qué nos une, acotar las discrepancias y fortalecer una sororidad más necesaria que nunca. Nos jugamos un retroceso que nos podría devolver a todas al patriarcado antiguo. Mirad, si no, como las divisiones de la izquierda han dado lugar al enorme crecimiento de las desigualdades.