El mundo educativo y las elecciones francesas

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Una fotografía de Emmanuel Macron crema durante una protesta después del asesinato de Samuel Paty.

Aunque las encuestas indican que Emmanuel Macron saldrá ganador de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas, que enfrentan al presidente saliente con la candidata de extrema derecha Marine Le Pen, el resultado se presenta más incierto que hace cinco años. Esta incertidumbre se debe al hecho de que la abstención perjudicaría más a Macron, que, durante su presidencia, ha sacado adelante unas políticas de carácter mucho más conservador y neoliberal que lo que había prometido en su programa. Como es sabido, ha impuesto una reforma laboral que le ha costado no pocas manifestaciones y huelgas, y que pretende culminar con un impopular atraso de la edad de jubilación. 

Sin embargo, una reforma que ha pasado más desapercibida en el extranjero, e incluso en la misma Francia, puesto que aparentemente toca un sector minoritario de la población, es la de la universidad, que se acompaña de una degradación acelerada de la educación secundaria. En un país que se vanta de la solidez histórica de “la escuela republicana”, transmisora de unos valores de “libertad, igualdad y fraternidad”, este ha sido un golpe muy duro para las personas que se dedican a la enseñanza, entre las cuales hay una mayoría que vota escrupulosamente siempre que tiene ocasión de hacerlo –y que también sale a la calle con más facilidad que otros sectores–. El profesorado de todos los niveles educativos ve cómo han empeorado no solo su poder adquisitivo, sino, sobre todo, sus condiciones de trabajo y la consideración social de su papel. 

Esta desafección del profesorado hacia el gobierno de Macron llegó a un punto álgido con el asesinato de Samuel Paty, en octubre del 2020, en manos de un refugiado de origen checheno, porque este profesor había mostrado las sonadas caricaturas de Mahoma en una lección sobre la libertad de expresión. Evidentemente, la clase política y el gobierno francés condenaron unánimemente el crimen, proponiendo medidas para que no se repitiera un acto similar. El problema fue que estas medidas, lideradas por un ministro de Educación, Jean-Michel Blanquer, proclive a las declaraciones efectistas y más propias de la derecha rancia que de un partido que pretende ser centrista, derivaron hacia excesos tales como exigir al profesorado que denunciara a los alumnos que expresaran ideas poco “republicanas” e incluso detener a criaturas de diez años porque habían hecho comentarios poco respetuosos hacia Paty. 

Blanquer, secundado por la ministra de Universidades, llegó a responsabilizar el profesorado universitario de ciencias humanas y sociales de la deriva “secesionista” (el término es del propio Macron) que, según ellos, amenaza Francia. Cargaron contra el “fenómeno woke” (del cual casi nadie había oído hablar antes), que, supuestamente, ha abrazado la inmensa mayoría de este profesorado. La palabra inglesa woke –participio pasado de wake , despertarse– denota ser consciente de las desigualdades sociales por motivos racistas y sexistas, entre otros, así como de la emergencia climática (es decir, todos los fantasmas de la derecha). Aunque tiene una larga historia, puesto que se empezó a utilizar contra la esclavitud en los Estados Unidos, volvió a estar en auge con el movimiento Black Lives Matter. A pesar de que se trata de causas nobles que, hasta un cierto punto, los partidos conservadores han acabado incorporando en sus programas, Blanquer llegó a decir que el “fenómeno woke” significa una “oleada desestabilizadora contra la civilización” –francesa o europea, o sea, la única que vale la pena–. El mismo Macron culpó al "mundo universitario” de “la etnicización de la cuestión social”, implicando los estudios poscoloniales y descoloniales, los estudios críticos sobre la “raza” y los estudios de género en esta “crisis” de los valores de Occidente. Cabe decir que Macron y el grueso de las personas que lo rodean no han pisado nunca las aulas universitarias –y mucho menos las de humanidades y ciencias sociales–, puesto que han estudiado en las grandes écoles, estas instituciones públicas, pero muy elitistas, tan características de Francia. La juventud universitaria también reaccionó con huelgas y protestas contra esta reforma, y se ha manifestado estos días –incluso ocupando la simbólica Sorbona– diciendo que ni Macron ni Le Pen les representa. Un cartel que los muestra como un solo cuerpo monstruoso con dos cabezas enfrentadas es especialmente ilustrativo.

Este choque de Macron con el mundo educativo y, especialmente, universitario puede parecer anecdótico en cuanto al resultado final de las elecciones presidenciales, pero influye en el hecho de que, por primera vez, mucha gente que votó opciones de izquierda el 10 de abril se plantee no ir a votar el día 24. Por eso, se están levantando voces de intelectuales y de artistas para advertir que, a pesar de algunas coincidencias escandalosas como esta criminalización de las perspectivas antirracistas, descoloniales y de género en la investigación y la enseñanza, y el desprecio y la desconfianza hacia la universidad en general, Macron no es lo mismo que Le Pen, y que hay que seguir barrando el paso a la extrema derecha.

Marta Segarra es directora de investigación del CNRS
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