Lo que nos parece lejano a menudo está también a nuestro lado sin ser conscientes de ello. El autoritarismo está creciendo en el mundo, y es lo suficientemente evidente para todos, pero también aumenta en las organizaciones de nuestro entorno, y a menudo no nos damos cuenta. Con modelos autoritarios, globales o locales, no podemos esperar democracia, y sin democracia no habrá bienestar ni igualdad.
Observamos cómo proliferan imágenes violentas de líderes políticos, como la foto viral de Javier Milei, presidente de Argentina, con una motosierra. Otras veces no son imágenes sino palabras. "Le arrancaremos la cabeza", decían unos manifestantes a un alcalde de una ciudad francesa levantando un hacha. “El presidente Sánchez debería irse de España en un maletero”, proclamaba un líder de la oposición conservadora. Este lenguaje agresivo es una clara muestra de autoritarismo y uno de los primeros síntomas que muestran el avance de modelos de liderazgo agresivos, rígidos y jerárquicos. Nunca se ha demostrado que sean mejores que los modelos cooperativos y participativos, al contrario, pero lo cierto es que, en épocas de emergencias complejas, como la sanitaria o la climática en la que estamos inmersos, estos modelos de gobernanza aumentan porque las personas buscamos desesperadamente soluciones al miedo y a la incertidumbre y pensamos, equivocadamente –como muestra la historia– que así se resolverán.
Este es el motivo de que se produzca una “atracción hacia los hombres fuertes”, que decía el presidente estadounidense Barack Obama. Hay que aliviar los sentimientos de incertidumbre y resentimiento de la población, comentaba el expresidente, para que triunfen la democracia y la solidaridad, o nos encontraremos con perfiles como el de Donald Trump al frente de las potencias occidentales y con escenarios como el asalto al Capitolio en Washington, contrarios a la democracia.
Tenemos datos contundentes que indican un crecimiento paulatino del autoritarismo en el mundo. Por quinto año consecutivo, los países en fase de democratización disminuyen, y aumentan los autoritarios. Pero lo más preocupante es que también cerca de nosotros, en nuestras empresas, asociaciones, fundaciones, ocurre lo mismo: aumentan los perfiles de personas autoritarias y jerárquicas en los puestos de decisión.
Usualmente, en los puestos directivos existe un porcentaje más elevado que en el resto de la población de estos “hombres fuertes” que definía Obama. Suelen generar situaciones que pueden hacer mucho daño a las organizaciones y actuar en contra de la igualdad de las mujeres. En sus plantillas se producen más abusos de poder, acoso laboral, críticas en público, trato desconsiderado y otros comportamientos nocivos. Conforman un tipo de perfil, definido desde 2002 por los psicólogos Paulhus y Williams, que se llama la tríada oscura de la personalidad. Combinan rasgos narcisistas y pulsiones egoístas con enormes dosis de manipulación maquiavélica y falta de empatía y frialdad emocional, que es muestra de la personalidad psicopática. El problema es que se siguen seleccionando para puestos de decisión por la aparente firmeza, la asunción de riesgos y la supuesta cordialidad, que en realidad esconden a alguien inseguro, cínico y distante. Esta tríada oscura de la personalidad, especialmente en su vertiente psicopática, es el principal predictor de violencia donde se encuentre, en el hogar o en la empresa. Y está creciendo en nuestro entorno.
De modo que debemos ser muy conscientes de lo que pedimos y defendemos en épocas difíciles, ya que lo que nos parece más adecuado puede no serlo si conlleva hostilidad y violencia. Pero sí que podemos reforzar nuevos liderazgos basados en la empatía, en la colaboración, en la solidaridad y en la participación. Podemos premiar y reconocer los perfiles de hombres y mujeres que luchan por la igualdad de derechos y distribuyen el poder entre otros, trabajando en equipo de forma más horizontal. Hay algunos ejemplos políticos que han tratado de alejarse de la línea autoritaria de los “hombres fuertes”, como puede ser Jacinda Ardern, hasta hace poco presidenta de Nueva Zelanda, o Katrín Jakobsdóttir, actual presidenta de Islandia, ambas reconocidas feministas que han puesto la empatía en el centro. Estudios recientes de la London School of Economics demuestran la mejor eficacia de esta "gobernanza por empatía". Y seguro que todas y todos tenemos cerca perfiles que podrían estar en puestosde decisión e impulsar organizaciones distintas, más igualitarias y basadas en el bienestar general. Ahora es la última oportunidad, antes de que el autoritarismo no nos lo permita.