Unos amigos andorranos me regalaron hace años la edición facsímil de un libro curioso pero poco conocido: el Manual Digest de los Valles neutros de Andorra, de 1748, escrito por el jurista de Ordino Antoni Fiter i Rossell (1706-1748). Es una recopilación histórica algo desordenada de los privilegios, franquicias, etc., del país y que acaba con unas máximas o reflexiones. Son muy interesantes y, tangencialmente, también suelen hacer referencia a la vecina Catalunya. La número 28, que se encuentra en la página 505 de la citada edición facsímil, dice (la transcribo en catalán moderno): "Tolerar algo y hacerse el desentendido a fin de evitar algún gran daño o conseguir algún provecho". En el comentario posterior añade que esto es "hacerse el andorrano", como suele decirse en Catalunya "para expresar taciturnidad y prudencia". Me has insultado, pero como soy mucho más pequeño que tú haré ver que no te he oído. El Principado de Andorra tiene 800 años de historia independiente de Francia y España gracias, en parte, a esta actitud. Pensé en el consejo mientras veía los ocho capítulos de Tor, de Carles Porta. La aldea está junto a Andorra y ha sobrevivido gracias al contrabando. Fijémonos en que la historia trágica de Tor surge, justamente, de no querer "hacerse el andorrano" y optar por la vía –digamos– siciliana (dobbiamo vendicarcio!) que es apenas el reverso de la máxima citada.
Tor, que en mi modesto entender es el mejor producto audiovisual de los últimos años hecho en nuestro país, se ha comparado con un western, y con razón. Hay caballos, disparos e incluso uno saloon donde en vez de whisky se bebe ratafía. Sin embargo, hay un elemento que lo define mejor. Tor permite entender punto por punto, ya partir de hechos reales y recientes, el nacimiento del feudalismo, lo que me parece muy meritorio. ¿Cómo eran los primeros señores feudales? ¿Cómo se hicieron fuertes? ¿Quién les apoyó, cómo reclutaban a sus subordinados? ¿Y cómo atemorizarían a quienes no querían creer? En su origen, los viejos señores feudales que acabaron dando lugar a las grandes familias aristocráticas de Europa eran seguramente muy parecidos a Sansa y Palanca. Luego se fueron puliendo, pero todo empezó con gritos y violencia, con extorsión y pocos escrúpulos. El vasallaje servía para encadenar la voluntad de harapientos pollosos en la edad media o de hippies de principios de la década de 1980 que buscaban en las montañas lo que nunca habían encontrado en el extrarradio de Barcelona. Se equivocaban: la naturaleza humana es igual en todas partes. Sólo es cuestión de ponerla a prueba en circunstancias extremas: con largas noches de alcohol, aburrimiento e inconsciencia; con armas y perros sin desparasitar; con dinero sucio del contrabando y prostíbulos de carretera.
Aunque sólo están separadas por una montaña, la historia de Tor es el compendio de un fracaso colectivo mientras que la de Andorra es una historia de éxito. Antes hemos visto que la máxima número 28 del Manual Digest contiene una pista importante para entender esa diferencia. La número 49, en la página 516, todavía aporta otra. "Nunca demostrar riquezas ni propalar poder y fuerzas, sino predicar miserias y flaquezas de los Valles". ¿Y por qué es necesario actuar así? Pues porque (ahora lo dejo sin normalizar) "con este motivo o motivos consiguieron los antiguos Andorranos los insignes privilegios, franquezas, libertades y exenciones". He aquí el segundo consejo que ni Sansa ni Palanca escucharon: se pasaron media vida llamando a los juzgados de Tremp y amenazando a todos con los que se cruzaban. Y así les fue.
Como ocurre con todos los relatos interesantes, que normalmente están llenos de aristas morales y de personajes equívocos, los ocho capítulos de Tor terminan siendo un espejo –por suerte distorsionado– de nosotros mismos, tanto a escala individual como colectiva. Esta capacidad de interpelar y hurgar en el alma humana la encontramos en muchas grandes novelas o en el cine clásico, pero es muy infrecuente en un producto televisivo. Además, y como si de un epílogo se tratara imprevisto, el final de la serie ha coincidido con una acusación del juez Aguirre contra Carles Porta; resulta que existe una conexión Vila-sana-Moscú, Pla d'Urgell-estepa rusa. Como final estrafalario está bien. El esperpento va más allá de la pluma de Valle-Inclán: es también una forma de negarse a ver la realidad, de deformarla grotescamente. Acabamos, pues, con el consejo hacia los administradores de la ley que contiene la máxima número 22 del Manual Digest: "No multiplicar Estatutos, Ordenaciones ni arrestos sino conservarse exactamente (entonces sepa) con los antiguos y sabidos que debe ser guardados con todo rigor".