BarcelonaHace un par de semanas, la convención del PP evidenció hasta el extremo que, en el discurso de la derecha española, el ultranacionalismo monoidentitario y excluyente va de la mano con una defensa férrea y antiindigenista de la “hispanidad”; son las dos caras de la misma moneda, la doble proyección –hacia dentro y hacia fuera– de un mismo complejo. Un complejo que parece de superioridad y, en rigor, es de inferioridad.
Así, oímos a José María Aznar y, naturalmente, a su discípula favorita, Isabel Díaz Ayuso, reprobar incluso que el papa Francisco haya pedido perdón a México por los “pecados” de la Iglesia católica en el curso de una evangelización que es inseparable de la conquista a punta de espada y de mosquete. Tanto el uno como la otra se mostraron “orgullosos” de que España hubiera llevado al otro lado del Atlántico “el catolicismo y, por lo tanto, la civilización y la libertad”, al mismo tiempo que exaltaban, como siempre, “la unidad de España”, la “nación única”, etcétera.
Después, igual como el bufón que sigue e imita a los amos, apareció en escena Toni Cantó y aprovechó una comparecencia justificadora de su chiringuito patriótico ante la Asamblea madrileña para rendir, él también, un sentido homenaje a la “hispanidad”. Cantó –que debe de ser licenciado en historia de América por la Universidad del Pato Donald– afirmó (y lo dejo en versión original): “Quiero reivindicar con orgullo el legado histórico. No creo que seamos colonizadores ni conquistadores, ni nada parecido. Yo creo que cuando España llegó a aquel continente liberó al continente. No lo conquistaron, lo liberaron, porque si no no es posible entender cómo unos cientos consiguieron liberar tantísimos miles de personas de ese continente que estaban absolutamente sojuzgadas por un poder que era absolutamente brutal, salvaje e incluso caníbal ".
La América precolombina no estaba gobernada por un poder sino por miles de poderes, desde grandes imperios (el azteca, el inca…) hasta estructuras tribales muy primarias. Entre estos grupos humanos, alrededor de los siglos XV y XVI, había algunos que dominaban y otros que eran dominados, y es bien sabido que los conquistadores utilizaron los antagonismos entre unos y otros para reclutar a aliados y auxiliares. Cortés, Pizarro y compañía también se beneficiaron –lo recuerdo porque el señor Cantó lo debe de ignorar– de la superioridad que les daban las armas de fuego y de acero, los caballos, etcétera. Y sí: los aztecas practicaban sacrificios humanos. No me parece que la Castilla de las hogueras de la Inquisición los pudiera contemplar con mucha superioridad moral.
Un artefacto de la España más nacionalista
En todo caso, sobre el entusiasmo del PP de hoy por la Hispanidad, se puede decir que de casta le viene al galgo porque la “hispanidad” es un artefacto ideológico fabricado y promovido desde principios del siglo XX por grupos y personas identificados con la España más nacionalista y reaccionaria, con nombres como Ramiro de Maeztu, el XVII duque de Alba, Antonio Goicoechea, el cardenal Gomà, José María Pemán y, en los años de su dictadura, el general Miguel Primo de Rivera.
Antes, durante el siglo XIX, la relación de España con las repúblicas americanas que se habían independizado por las armas entre 1810 y 1825 fue entre mala y pésima. Madrid tardó decenios (en el caso de Perú, cuarenta años) en aceptar la pérdida y en reconocer la plena soberanía de los nuevos estados. Encima, entre 1865 y 1866 el reino de Isabel II entregó una guerra absurda contra Chile, Perú, Ecuador y Bolivia, conflicto que enrareció los vínculos entre la antigua metrópoli y las antiguas colonias durante dos décadas más. La persistencia del dominio español en Cuba y las guerras que se entregaban para impedir la emancipación de la perla de las Antillas no ayudaban nada a disipar, entre los hispanoamericanos, la idea de una España rencorosa que, si pudiera, les reconquistaría.
Con los antecedentes antes mencionados durante el primer tercio del XIX, es bajo el franquismo –durante la Guerra Civil y en 1940– cuando el concepto de Hispanidad logra la plenitud propagandística y discursiva y se transforma en la base para construir un verdadero cuerpo de doctrina reaccionaria, una pieza esencial de la teoría del Movimiento Nacional. ¿Por qué? Pues porque en aquellos tiempos de modelos imperiales (el Tercer Reich, el Impero mussoliniano…) que el régimen de Franco no podía emular más que en la retórica, la “hispanidad” –es decir, la supuesta unidad étnica (el Día de la Raza, ¿recuerdan?), cultural, espiritual y moral entre los pueblos establecidos desde la Tierra del Fuego hasta el Río Grande, bajo el magisterio de la madre patria España, esto dotaba la dictadura de una ficción de imperio, de una ilusión de gran potencia, de una compensación psicológica a las miserias de la posguerra.
Constato sin sorpresa que, también en materia de Hispanidad, el PP bebe de sus fuentes bautismales. “El nuevo comunismo en Latinoamérica se llama indigenismo. El indigenismo solo puede ir contra España”, sentencia Aznar. “Entiendo que los comunistas se avergüencen de su país”, escupe Cantó a las izquierdas madrileñas. ¿Neofranquismo? Sobra el prefijo.