Donald Trump
30/01/2025
2 min
Regala este articulo

BarcelonaEn una de las declaraciones que Donald Trump hizo a raíz de la toma de posesión como presidente de Estados Unidos, dijo que Dios le había llamado para regenerar América y hacerla mayor otra vez —eslogan, por cierto, de una eficacia probada—. Pero, al día siguiente de ese acto, en Washington, Trump tuvo que asumir la homilía de la obispo de la ciudad, Mariann Budde, en el que pedía al presidente, en nombre supuestamente del mismo Dios, que tuviera en cuenta que hay gente que es homosexual, gente que es negra, y hombres y mujeres que se han refugiado en su país antes huyendo de la persecución política, antes para trabajar y tener una vida sólo pasadora.

La cara de Trump, poco o muy atento a las palabras de la obispo, reflejó dos cosas. La primera es que no está acostumbrado a que nadie le diga qué debe hacer, teniendo presente que hará lo que querrá, o casi: hay una Constitución vigente. La segunda es que, cogido por sorpresa, se dio cuenta de que en su país hay un poder que se le escapa de las manos: el de las Iglesias, muy abundantes, pobladas y para todos los gustos.

Trump no había pensado en eso. No había pensado que puede manipular una larga serie de instancias legislativas y administrativas —mientras Musk le manipula las instancias tecnológicas que sea necesario—, pero que hay una, la religión, que se le desliza por el mero hecho de que está presidida por una autoridad más fuerte que él y su dios: Dios, si tenemos presente que casi todas las religiones de América, las viejas y las nuevas, son de fundamento cristiano o monoteístas.

Como las religiones cristianas son humanitarias y predican más el amor que la guerra o la mentira, Trump deberá contemplar cómo, desde una plataforma que le parecía insignificante, se levantará contra sí mismo un poder incontrolable.

stats