De operación relámpago a la peor guerra desde 1945


Hace muy pocas semanas, mientras Volodímir Zelenski todavía confiaba en que Donald Trump no se iba a pactar con Vladímir Putin el fin de la guerra y el futuro de su país, llegaban flashes económicos de lo más sorprendentes: el crecimiento del PIB de Ucrania en 2024 era del 3,6%. Un dato que el gobierno de Kiiv celebraba previendo una cierta estabilidad económica para 2025, a pesar de los efectos de la guerra. Predicción de que el Banco Mundial no ve clara del todo, y señala en el 2026 para hablar de recuperación sostenida. Esto, si la guerra ha terminado. Porque, si bien es cierto que una operación de reconstrucción llegaría a mover grandes recursos, no hay que perder de vista lo que suponen los tres años provocados por el ataque ruso: la destrucción de casi la mitad de la economía ucraniana. Otra previsión del Banco Mundial según la cual, en promedio, una de cada cinco personas deben vivir con menos de seis dólares al día.
Puestos a hablar del balance que quizás se avecina, las cifras queman, aunque no hay consenso. La guerra habría provocado un millón de bajas -600.000 rusos y 480.000 ucranianos- según las estimaciones del gobierno ucraniano y de los servicios de inteligencia occidentales. Hay otras cifras, como las confidenciales citadas por The Wall Street Journal, que hablan directamente del número de muertes: 200.000 rusos y 80.000 ucranianos, añadiendo 800.000 heridos –400.000 en cada bando. Números muy redondeados que evitan identificar a víctimas militares y civiles, aunque la mayoría son soldados. La principal coincidencia de la mayoría de las fuentes es asegurar, con contundencia, que la guerra de Ucrania es la que más muertes ha provocado en Rusia desde la Segunda Guerra Mundial. Terrible, pensando que se trataba de una "operación militar especial" que debía durar a lo sumo unas semanas.
En la tragedia humana de Ucrania hay que incluir a los 6,5 millones de refugiados, de los que más de un tercio han ido a Alemania ya Rusia, según datos de la ONU. Y también deben tenerse en cuenta los 3,7 millones de desplazados internos, y los secuestros que han afectado especialmente a miles de niños y niñas. Datos contrastados apuntan a más de 20.000 menores deportados y confinados en territorio ruso. Pero el escritor francés Marc Levy se atreve a ir más allá: dice que "Putin ha secuestrado a 40.000 niños ucranianos" y habla de una operación de "reeducación" para utilizarlos de arma de guerra.
Impulso a la identidad y cultura ucraniana
En medio de un panorama que abarca todo tipo de desdichas, uno de los hechos positivos que se detectan es cómo la polarización nacionalista provocada por el ataque de hace tres años se expresa en que muchos ucranianos hayan renegado de su supuesto bilingüismo y de la biculturalidad proclamada desde tiempos soviéticos. En Ucrania la guerra estaría generando –o ya habría generado– una mutación de identidad que empieza a detectarse en los estudios sociolingüísticos. Son muchos los jóvenes que han empezado a priorizar la lengua ucraniana, y el diario francés Le Monde no ha sido decir que miles de ucranianos han abandonado el ruso.
El espíritu europeísta va pues al alza en Ucrania, sobre todo el anhelo de incorporarse inmediatamente a la UE y esperar el despliegue de decenas de miles de soldados europeos que aseguren las fronteras. Bien mirado, según lo que ocurra geopolíticamente en los próximos meses, quizás ya ni será necesario que Ucrania se incorpore a la OTAN, porque la OTAN podría empezar a descomponerse. Trump y Putin le habrían matado.