Me encanta el arte digital y lo veo tanto como puedo. No soy demasiado fan de las últimas nuevas tecnologías, porque creo que hemos llegado al punto de que ya nos toman más de lo que aportan. Sin embargo, perdido por perdido, saco lo que puedo. La tecnología digital ofrece a la creatividad humana nuevos medios para producir obras de arte que nos permitan adentrarnos en el universo de sus artífices de formas antes imposibles.
Aún más allá, el metaverso nos traslada a un mundo virtual –emulación de lo real o fabulado– con el que podemos interactuar a través de gafas de realidad y otros complementos (imagínense mañana). Esta fusión de realidad física con la virtualidad digital que nos mostraban las películas de ciencia ficción más imaginativas ha dejado de ser onírica para convertirse en una rama más de la ciencia actual y una nueva herramienta para generar materiales didácticos, juegos, publicidad y toda tipo de contenidos, experiencias sensoriales y expresiones estéticas infinitas de una extraordinaria potencia.
No voy a entrar hoy en el debate sobre si a la realidad cada vez le resulta más difícil competir con la virtualidad o si llega un punto que ya no sabemos distinguir una de otra, en especial los niños. Ciñiéndome sólo al arte, celebro enormemente que en mi ciudad abra sus puertas un espacio que pondrá 3.000 m2 a disposición de creadores e instituciones para construir, exponer y conservar obras de arte tecnológico de los prestigiosos pioneros Paul Thomas y Eduardo Kac, entre otros.
El New Art Centre (NAC), como se llamarán las instalaciones, también acogerá una de las colecciones privadas más importantes del planeta en esta disciplina emergente, y promoverá una producción propia haciendo que siga creciendo en oferta y relevancia. Para resumir, esta apuesta de la New Art Foundation convertirá a Reus en un punto de referencia internacional de un nuevo ámbito imparable que conjuga poéticamente arte, ciencia y tecnología. Espero su inauguración, prevista para la primera mitad del próximo año, con candeletas.
