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El riesgo de jugar con los pensionistas

El presidente español, Pedro Sánchez, ayer durante la sesión de control en el Congreso de los Diputados. MARISCAL / EFE
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MadridA veces la vida política se asemeja a los circuitos ya las carreras de Fórmula 1. Todo ocurre a gran velocidad, en un recorrido con curvas situadas estratégicamente que representan, al mismo tiempo, oportunidades y riesgos. Todos confiamos en las habilidades de los participantes en la carrera, pero de vez en cuando alguien pierde el control en un adelanto demasiado cerrado y termina provocando un choque masivo que puede ser de dimensiones catastróficas. Y aunque nadie resulte gravemente lesionado, la imagen subsiguiente suele ser ridícula: los pilotos saliendo de su coche abollado y humeando mientras se quitan el casco y lo echan por el suelo con rabia. En este tipo de secuencias he pensado estos días de votaciones en el Congreso, en una coincidencia relativamente nueva de intereses entre el PP, Vox y Junts que hará que se dejen de aplicar –hay que creer que temporalmente– importantes medidas de carácter social.

La más importante de estas medidas, por el elevado número de perjudicados, es la relativa a las pensiones, que de entrada, en febrero, darán marcha atrás y dejarán de incorporar su aumento anual. Es lógico que en una carrera todos los participantes quieran lucirse y, a ser posible, llegar los primeros. Pero me cuesta más entender las ventajas del patinazo general, si además hay riesgo de acabar todos incrustados en las tribunas del público. Esto es lo que ha pasado en el Congreso, en el que el deseo de cerrar el paso al gobierno ha dado lugar a un accidente múltiple en el que los más perjudicados son los administrados en general, y más específicamente los beneficiarios de las prestaciones que –en el ámbito del transporte, por ejemplo– dejan de estar en vigor transitoriamente, por el tiempo que sea.

Me cuesta entender el gesto de satisfacción posterior a las votaciones de algunos de los pilotos o portavoces participantes en la accidentada sesión parlamentaria. No sé exactamente cuál es la ventaja o el rédito que se puede sacar de dificultar una acción de gobierno que tiene como beneficiarios a millones de ciudadanos que no deben pagar los platos rotos de las peleas políticas. No veo claro cuál es la ganancia de este tipo de maniobras. Me recuerda aquella escena del género de la comedia que consiste en estampar una tarta en la cara de algún otro participante. ¿Esto da votos? ¿Está seguro? Ir al Congreso con un cargamento de píeles y petardos para descarrilar un decreto no es, en realidad, una gran victoria. Hacer la zancadilla en el gobierno, teniendo en cuenta que actualmente no existen los números para impulsar acciones más contundentes, comporta un reconocimiento de las limitaciones de la operación.

Del mismo modo, el episodio ha supuesto un forzamiento del lenguaje y un uso inadecuado de ciertos conceptos, sobre todo en el contexto en el que nos encontramos. Decir que el gobierno, o el PP, han tratado a los pensionistas como escudos humanos o como rehenes nos hace recuperar imágenes mucho más crueles que, por fortuna, nada tienen que ver con la batalla en torno a un decreto y unas políticas sobre las que pueden existir diferencias ideológicas legítimas. El problema es que estas discrepancias deberían haberse tratado por otras vías. De entrada, el gobierno debería reducir, si no evitar, la práctica de los decretos ómnibus, en los que los derechos de los pensionistas puedan juntarse, por ejemplo, con el traspaso al PNV de un palacio situado en París, un edificio que ya perteneció a este partido en el pasado. Pero tampoco tiene sentido reaccionar forzando una secuencia del estilo de la que protagoniza James Dean en la película de Nicholas Ray Rebelde sin causa.En definitiva, no es ninguna solución dejar pasar el tiempo, a ver quién se desgasta más por la reacción social al bloqueo del decreto que impide consolidar el aumento de las pensiones Estamos en una fase de apoteosis de las estrategias políticas que puede cansar a muchos ciudadanos El cálculo nunca debería ser como puedo hacer que se despeñe al adversario, aunque para ello se tenga que desproteger a los ciudadanos o poner en riesgo interés general.

En todo caso, no debería pasar mucho tiempo para encontrar una solución al problema. El gobierno no quiere prisas, pero le conviene no caer en contradicciones. intentar paliar los efectos del trompazo general en el circuito del Congreso. que en los próximos días se produjera una carrera para ver qué grupo registra primero en el Parlament una propuesta para salvar las pensiones y las ayudas al transporte, y que el gobierno se limite a mirárselo de lejos. nadie salga del todo indemne. Pese a que, conociendo el gusto de Pedro Sánchez por los desafíos, no descarto que el supuesto accidente parlamentario haya sido favorecido por el propio gobierno. tentadora. Consistía en provocar la colisión.

Para Juntos, el dilema era volver a ser comprensivos y blandos con el gobierno o coincidir con el PP y con Vox, que por ahora no es precisamente la compañía más deseada por los independentistas. Para Feijóo, la negativa al decreto también suponía un riesgo: volver a dar la imagen de buscar cómo fuera una derrota de la coalición gobernante –del PSOE y Sumar–, forzando las cosas hasta el extremo, como ocurrió en las maniobras –entonces fracasadas– contra la reforma laboral. Vuelvo aquí a la teoría del trompazo colectivo en el circuito. -se el polvo sobre ayudados por las asistencias, pero quiero ver las encuestas que imagino que no tardará en hacer el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sobre cómo queda el panorama después de esta batalla. Sobre todo teniendo en cuenta que Sánchez jugaba con la ventaja de que los sindicatos apoyarían al gobierno. ~ En definitiva, comprendo las quejas de Míriam Nogueras sobre incumplimientos y falta de voluntad negociadora del gobierno, pero la respuesta ha implicado correr un riesgo elevado. cuesta imaginar la satisfacción de un Salvador Isla que se anota un punto con la vuelta a casa del Sabadell, mientras Puigdemont sigue esperando la amnistía en Waterloo y Junqueras piensa sobre lo difícil que es encontrar el equilibrio entre exigir y colaborar con la izquierda española.

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