

Llega la hora de Friedrich Merz. Fue una victoria tardía y débil. Fruto de un descontento profundo con el tripartito liderado por una socialdemocracia que ha sufrido la derrota más contundente de su historia, y de una ola conservadora de alcance transatlántico. "Es un gran día para Alemania y para Estados Unidos bajo el liderazgo de un caballero llamado Donald J. Trump", tuiteaba el presidente estadounidense –hablando de él en tercera persona– y otorgándose el mérito de la derrota del SPD. Paradójicamente, un Merz que se declara admirador de Ronald Reagan, y que siempre ha estado cercano a Estados Unidos, tendrá que liderar el país de la Unión Europea que más damnificado podría salir de una eventual guerra arancelaria de la administración Trump contra los europeos.
Hay urgencias políticas, económicas y de seguridad sobre la mesa. El mundo ya no espera ni a Alemania ni a la Unión, reconocía Friedrich Merz después de declararse vencedor. Pero son los tiempos de la política alemana los que han entrado en contradicción con la aceleración de las transformaciones globales.
El periodista alemán Ali Aslan decía hace unos días en un encuentro en el CIDOB en Barcelona que Alemania es "una potencia analógica en un mundo digital". Una potencia en plena crisis existencial, que ha dejado a la primera economía europea atrapada en las debilidades de su propio modelo y en unas dependencias energéticas, exportadoras y de seguridad que han lastrado la competitividad alemana y europea.
La amenaza arancelaria de Trump, la irrupción en campaña de Elon Musk, la ola de extrema derecha transatlántica, la urgencia por intentar tener una voz propia en el futuro inmediato de la guerra de Ucrania y las diferentes posiciones de las fuerzas políticas alemanas sobre China han hecho de estas las elecciones más internacionales de la Alemania postreunificación. Pero las urnas han sentenciado la debilidad de los partidos tradicionales y un horizonte con otro gobierno de coalición débil. El riesgo y la tentación de seguir apostando por una estabilidad a corto plazo sobrevuelan las negociaciones que se abren ahora en la política alemana. La UE de hoy, fragmentada y euroescéptica, también es resultado de los límites de la Europa de la Gran Coalición que tanto ha contribuido a agrandar la extrema derecha en estos años de concatenación de crisis, que han ensanchado desigualdades y han alimentado la sensación de incertidumbre de una población cada vez más asustada.
Pero, incluso si vuelve la Gran Coalición a Berlín, la victoria de Merz sentencia el fin de la era Merkel. La Alemania de hoy ya no es el poder hegemónico de una UE abrumada y transformada desde dentro por nuevas mayorías políticas que hoy celebrarán los buenos resultados de Alternativa para Alemania. Pero, en una Europa que está cada vez más sola en el mundo, Bruselas espera y necesita el liderazgo alemán.