Los rusos votan en el primer día de tres jornadas de elecciones
15/03/2024
3 min

Unas elecciones, más si son presidenciales, a menudo generan incertidumbre e inquietud. Más si las urnas ocupan una sexta parte del planeta como es el caso ruso. Pero no, el resultado de las elecciones de este fin de semana en Rusia –tres días con las urnas abiertas– tienen pocas inciertas. Se sabe que ganará Vladímir Putin por más del 70% de los votos. Quien sabe si puede llegar al 75%. El recuento final podría ser inquietante -podría- si el 30% o el 25% restante de los votos se los llevara una fuerza opositora antiputinista bien organizada, pero no es éste el escenario. Los votos digamos no putinistas los tienen asegurados el Partido Comunista, los ultras del Partido Liberal Democrático –ni liberal ni democrático- y unos cuantos se les llevará Gent Nova, un partido llamado centrista.

Todos juntos, comparsas en una parodia patriótica y propagandística al final de la cual, el 17 de marzo por la noche,los oráculos del Kremlin proclamarán a Putin presidente hasta el 2030. Y que probablemente –si volviera a presentarse– lo sería hasta el 2036. En total, sumaría treinta y siete años de liderazgo –empezó siendo primer ministro en 1999– y superaría a Stalin, que mandó veintinueve años, de 1924 a 1953.

Y el fondo de la cuestión sería éste: ¿qué tipo de democracia es Rusia? ¿Qué enmascara en Rusia el sufragio universal? El Centro Levada de investigaciones sociológicas –el único independiente que funciona en Rusia– tiene claro que sería un error atribuir las victorias de Putin y de su partido Rusia Unida a fraudes y pucherazos. El Centro Levada detecta que el soporte social a Putin oscila entre un 70% y un 80% según la coyuntura. No hacen falta pucherazos. La democracia paralítica rusa –no es una democracia vigilada ni de baja intensidad– es un estado policial por ahora con buena salud. Cuando Putin acabó de configurarlo en el 2004, hace veinte años, se calcula que tres de cada cuatro altos ejecutivos políticos y económicos habían sido cuadros del KGB. Durante estas dos décadas la mayoría de la sociedad rusa ha aprendido a renunciar a derechos y libertades a cambio de seguridad y estabilidad económica.

El hombre providencial

El recuerdo del fracaso de la perestroika, el proceso reformista hecho de elecciones, derechos civiles y leyes de cooperativas con que Mijaíl Gorbachov intentó salvar a la Unión Soviética, ha pesado y pesa amargamente sobre millones de rusos. Para ellos Putin es el hombre providencial, cuya popularidad sólo se resintió en otoño del 2022 cuando las ofensivas de Ucrania parecían imparables, y un sondeo secreto del régimen detectó que más del 55% de la ciudadanía rusa era partidaria de poner fin a la guerra. Cifra que el Centro Levada ratificó. Fue el momento más frágil de Putin si se tiene en cuenta que esos porcentajes secretos salieron del Kremlin no se sabe cómo y fueron a parar a la red opositora Meduza, que las hizo llegar a Euronews.

La democracia policial rusa tiene el apoyo mayoritario de la gente no sólo porque Putin garantiza seguridad y estabilidad –las sanciones económicas occidentales han tenido muy poco efecto–, sino también porque el miedo que existe en la base de la adhesión al régimen se expresa en una variada gama del culto a la personalidad. Como había ocurrido en otros momentos de la historia de Rusia.

Por eso Putin ha podido permitirse no focalizar en la campaña de las elecciones sino, un mes antes, el 16 de febrero, hizo del asesinato de Aleksei Navalni un titular universal. Y quien mejor lo ha explicado ha sido la profesora Nina Jruschova, bisnieta de Nikita Jruschov y profesora de historia en Nueva York. Dice Nina Jruschova que Putin necesitaba hacer llegar un mensaje claro: “Enemigos, tenga cuidado”. Y así lo ha hecho.

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